martes, 20 de septiembre de 2016

DE CAMINO A CASA


Luego de salir de la casa de mi amigo poeta, Demian. Caminé rumbo a casa, la cual quedaba a las afueras del pequeño pueblo, el pueblo de mi infancia, lo conozco tan bien, que si fuera ciego podría caminar con confianza largas distancias sin perderme. Caminaba tranquilo, pensando en llegar a descansar, con el sol cayendo, y en cada minuto haciéndose más oscuro, sentí la presencia de un individuo pisando los pasos que iba dejando. Con algo de incomodidad miraba constantemente hacía atrás, mientras aceleraba el ritmo. Cuando me adentré a la zona rural, tuve terror, mi paranoia se había convertido en pasos reales y una sombra que se difuminaba entre las ramas del pequeño camino se hacían cada vez más visible. Sin más, me vi corriendo y saltando obstáculos de piedras y pedazos de raíces que brotaban de la superficie del suelo, con mi corazón a punto de estallar de pánico, mire de reojo a una persona corriendo detrás de mí, haciendo sonidos extraños, alguien venía por mí, alguien quería hacerme daño. Lo noté por la expresión de su rostro, fue un instante de tiempo cuando corría, supe entonces, que algo estaba muy mal. Su expresión en los ojos, nunca podría explicar de manera exacta para el lector, esta descripción en su tiempo será siempre pobre, pero si de consuelo sirve, la gesticulación de su mirada y el contorno de su rostro, no era humano, no era un rostro, estaba huyendo de una presencia diabólica.
Decidí desviarme repentinamente y subí una montaña para intentar perderlo, lo hice con todas mis fuerzas, lleno de total miedo, escalé esa montaña con saltos agigantados, quería perder de vista al ser que me perseguía. Al llegar a la cumbre, encontré una casa, me sentí a salvo y seguro, iluminado sólo con la luz que proporcionaba la luna, una mirada blanco y negro del paisaje. Noté que nadie más que yo estaba en aquél lugar. Rápidamente miraba hacía todos los puntos cardinales para vigilar.  Y justo cuando entraba en calma, apareció aquél individuo, caminando hacía a mí, saliendo de los matorrales lentamente, llevaba un sombrero negro que le tapaba casi todo el rostro, tenía una joroba y era muy pequeño de estatura, con esa  postura inclinada se detuvo y me dijo con voz grabe y sucia: 
- Te encontré, ahora no te puedes escapar, no puedes hacer nada.
A lo que yo respondí: 
-Sí, hay algo que puedo hacer. 
El extraño hombre pregunta con una sonrisa maligna: -¿Qué es?
Y le respondí: -Despertarme.

Juan D.P.

Un saludo desde la Atlántida
Sep 20/16

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